Un artículo de Manuel Ángel Puentes Zamora publicado en la revista «Infancia 178»
Dibujar un árbol a lo largo del tiempo
Es tradición en las escuelas municipales de Granada que desde los últimos días del verano en que se incorporan al grupo de 4-5 años, hagan el seguimiento de un árbol de la escuela, dibujándolo de manera periódica.
En algunos caso se opta por que cada cual tenga su árbol, en otros que todo el grupo tenga el mismo; a veces usamos diferentes técnicas gráficas, otras preferimos que lo hagan siempre con los mismos recursos (últimamente hemos optado por que lo dibujen con rotulador negro sobre DIN-A-3); y se realiza en sesiones trimestrales o mensuales; coincidiendo en que sea un árbol de hoja caduca para que se note el paso de las estaciones. (1)
En Duende elegimos uno de los plátanos de sombra que hay en nuestros patios, siempre desde la misma perspectiva: la que se obtiene al colocar el papel en una mesa de mármol; y con la misma técnica: el uso exclusivo de rotulador negro sobre A-3, para que prime el dibujo del detalle sobre las alegrías del color.
Una de las variaciones que introdujimos en el grupo de 4-5 fue trabajar sobre la fotografía de la sombra que proyectaba el árbol sobre la pared; otras veces hemos hecho frotages de la corteza del árbol, o estampaciones de las hojas, como otras aproximaciones artísticas al mismo elemento.
El dibujo del natural supone un esfuerzo superior al de los dibujos sin modelo, ya que una de las primeras cosas que han de superar es el estereotipo de árbol que tienen en su cabeza para plasmar el que está ante sus ojos. La sucesión de dibujos permite ver la evolución del árbol con el paso de las estaciones, pero sobre todo la evolución del dibujo de cada niño; aunque en este trabajo han de distinguir entre la perfección formal de un árbol estereotipado (tronco recto, copa redonda) a las diferentes formas que adopta un árbol en su desarrollo (e incluso a las que sufren cuando pasan los jardineros haciendo una poda). Cuando se van a Primaria, se llevan todos los dibujos del árbol, junto a una foto del mismo para que también en casa puedan relacionar los dibujos con el árbol real y no con el imaginario.
El patio de mi cole es particular
Los equipos de las escuelas infantiles municipales de Granada deciden cada curso en qué aspecto del devenir pedagógico quieren profundizar. Vamos así dándole una vuelta a todo nuestro quehacer, manteniéndolo fresco. Cuando decidimos cuál es el tema que vamos a priorizar en nuestro Plan Anual de Centro, diseñamos estrategias que afecten a toda la comunidad educativa. Hay una planificación del trabajo docente, con herramientas de reflexión (a la que no son ajenas habitualmente los artículos de esta revista) y propuestas que nos ayuden a diseñar nuevas intervenciones o líneas de trabajo. Hay un trabajo específico a hacer con los grupos de niños, y no son sólo propuestas de acción; también se da su participación en la reflexión sobre el tema a tratar y hasta el desarrollo de proyectos de trabajo. Y hay una invitación a la participación de las familias, fundamentalmente a través de talleres, que ya forman parte de nuestra forma de relacionarnos con ellas.
Desde el curso 2017/2018 toda la escuela está involucrada en un sobre los espacios exteriores, que está siendo tan ambicioso que abarca más de un curso escolar. Para nosotros el espacio exterior de la escuela siempre ha sido un lugar privilegiado del quehacer educativo y su diseño ha tenido una intencionalidad pedagógica que va mucho más allá de un simple lugar de recreo. Se trataba pues de ver si se sigue cumpliendo esa premisa y tratábamos de responder a la pregunta de qué queríamos que ocurriera en los patios.
Contestamos a esa pregunta con que queríamos potenciar el juego simbólico, queríamos un contacto mayor con la naturaleza y queríamos provocar un goce estético. Surgieron tres líneas fundamentales de actuación en las que implicamos a las familias, contando con las habilidades profesionales de algunos de sus miembros y que se concretaron en tres talleres: la reformulación de una cocina, con un taller de carpintería; el replanteamiento de una zona ajardinada para poder jugar en ella y no sólo mirarla, como hasta ahora, con un taller de jardinería; y la realización de unos grandes murales, con un taller de pintura.
A estos talleres con las familias se sumaron otras intervenciones, más profesionales, en las que destaca la instalación de un nuevo tobogán.
Reinventando las paredes
Nuestra escuela tiene una estructura de carmen (casa con jardín arbolado, rodeada de altas tapias, típicamente granadina) que trepa a la colina de la Alhambra por la vertiente del Barraco del Abogado. El patio en el que intervenimos está más alto que el edificio de la escuela y lo rodea en tres de sus lados un alto muro (unos cinco metros) que lo separa de las casas que asoman tras ellos. Pensábamos que esos muros constituían una presencia opresora, que sólo se compensaba con que “la cuarta pared” era una amplia vista sobre Granada, Sierra Nevada y la Vega.
Nos planteamos hacer un mural que transformara esa tapia en un lugar que gustara mirar. La primera propuesta de trabajo con las familias fue usar las propias sombras de los tres plátanos de sombra que se proyectan en el muro, inspirándose en los dibujos que ya habían hecho sobre esas sombras en los grupos de 4-5. Para ello usamos el sol resbalado del atardecer que hace las sombras más verticales y más cercanas al propio árbol. Y lo hicimos en invierno para que las hojas no taparan el entramado de troncos y ramas. A partir de ese esquema surgió todo un mundo fantástico inspirado en los tatuajes maoríes cuyas figuras había que ir descubriendo a través de las líneas que iban pintando de color tabaco. Cada día, al salir al patio, los niños iban descubriendo qué nuevas figuras habían ido apareciendo en el muro, y surgían comentarios como “¡Mira, esa jirafa la ha pintado mi mamá!”.
La mano infantil
En los procesos que estábamos desarrollando, los diferentes grupos de la escuela habían intervenido en la medida de sus posibilidades. El grupo de los mayores había debatido sobre los espacios exteriores y había hecho sus propuestas. Había colaborado con talleres de jardinería y había ayudado a desmontar una casita que dejó el sitio al tobogán y con cuyas maderas se hizo la cocinita; y había acondicionado un nuevo espacio de juego, limpiándolo de los trastos que se almacenaban allí y trayendo nuevos materiales de los almacenes de la escuela. Un padre del grupo, que trabaja en los bosques de la Alhambra, nos cuenta, a la sombra del ciprés que hay en el jardín donde él está coordinando el taller de jardinería, que los árboles tienen muchos más sentidos que nosotros, y que buena parte de ellos están en su piel, en su corteza.
Pero desde el taller de pintura mural nos llegó una nueva propuesta: querían que los murales no fueran sólo una labor de los adultos. Tampoco querían que los niños se pusieran a pintar en la pared, por la dificultad de usar esas pinturas y por la altura a la que había que llegar. Por lo que nos proponen que hagamos diseños de árboles, para que ellas los reproduzcan en otro muro, al que no llegan las sombras de los árboles.
El grupo de 5-6, que ya ha pintado su plátano de sombra durante dos cursos, vuelve a él en el invierno; pero esta vez dibujan con bolígrafo el tronco y las ramas, para que no se imponga el trazo grueso del rotulador negro sobre la propuesta de color.
De regreso al aula nos planteamos cómo nos gustaría que sus familias pintaran esos árboles. La primera idea que cunde es que tengan muchos colores, para que se distingan de los que ya han pintado color tabaco. Entonces buscamos en Internet los árboles que pintó Agustín Ibarrola en el bosque de Oma, que les encantan. Hay un debate sobre si se pinta sobre el árbol o sobre la pared y entonces recuerdan lo que nos había contado Fran sobre los sentidos de los árboles y argumentan que si tapan con pintura la corteza del árbol le están cegando algunos sentidos.
Con esas sugerencias, cada cual pinta su árbol libremente con rotuladores de veinticuatro colores. Fue un trabajo largo y creativo, transmitiéndose ideas y desarrollándolas de forma personal. Más de una vez volvieron a su dibujo, que ya habían acabado, porque la realización de otro le había inspirado nuevas intervenciones.
Teníamos veintidós versiones del árbol tan hermosas, que decidimos plastificarlas para exponerlas todas en el espacio más visible de la escuela. A las familias de los autores les pasamos una copia escaneada para que la tuvieran en casa también, ya que los originales pasaban a formar parte de la información que transmitimos en las paredes.
El taller de familias eligió tres de estos árboles y los plasmó en un muro del patio. Ver cómo lo que ellos habían desarrollado en un A-3 pasaba a ser un dibujo de 3×3 metros fue una sensación de expansión que les iba llevando del original a la versión para asegurarse de que no se escapaba ningún detalle. No fue nada fácil conseguir los veinticuatro colores que ellos habían usado, pero al final lograron reproducirlos sin desviarse del original.
Tan contentos estábamos con esta experiencia, que uno de los árboles fue el elegido como motivo para las camisetas que diseñó la AMPA para la fiesta de fin de curso.
La opinión de las familias
Nuria Almendros, una de las madres participantes en los talleres, nos escribe sus sensaciones. Creo que la emoción que transmiten sus palabras da todo su sentido a esta experiencia:
«Esa tarde estaba muy próxima a fin de curso y los participantes del Taller de Patios teníamos un propósito en esa jornada, terminar el mural de los Árboles de la Clase de Jirafa. Fabián y Carlos, por la mañana, habían avanzado los trazos en la pared, para que pudiéramos darles color. Para mí, aquel mural era muy significativo, pues, los tres Árboles que iban a dar sentido a aquella pared, era el fruto del trabajo de los niños y niñas que, durante cada día, a lo largo de cinco años, habían dado vida a aquel lugar y había llegado el momento de despedirse. Entre ellas, mi hija.
En nuestras manos teníamos los tres dibujos originales que se habían seleccionado para el momento, de tamaño A3 y bien plastificados. El árbol en el que se habían inspirado estaba a escasos metros de nosotros, lo que nos dio pie a hablar sobre cómo se interpreta la realidad en estas edades. Nos pusimos manos a la obra, cada participante tomaba un pincel y un color. Yo me puse con el árbol central. Y empezó a transmitirme cosas. En su tronco, el autor o autora había dibujado un pájaro y un corazón, y aquella mente infantil me estaba arrastrando a pensar en esa realidad que su intuición le había dictado. ¡Me parecía tan maravilloso que aquel platanero cotidiano le hubiera susurrado aquello!
Estábamos terminando. Me alejé del mural para verlo desde una perspectiva integral. Hasta ese momento, no había sentido curiosidad por conocer quiénes eran las autoras de los dibujos, pues, sospechaba que serían tres niñas de la clase. En mis manos tenía el Árbol del pájaro. Un impulso me llevó a darle la vuelta y… allí estaba, con su puño y letra…el nombre de mi hija. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, me estremecí, mis ojos ardían; un soplo de consciencia: Famara me hacía, una vez más, partícipe de su crecimiento con el mío propio, juntas. Sonreí.«
Granada, Septiembre de 2018
(1) Fundación Granada Educa. Vivir, crecer y aprender. Granada, 2011